Via crucis en la Diócesis de Matagalpa
“Cada vez que estamos enfermos o que ayudamos a quien sufre, se tiene la ocasión de cargar sobre los hombros la Cruz de cada día y seguir al Maestro”. Papa Francisco.
INTRODUCCIÓN.
Queridos hermanos, nos disponemos a iniciar el Vía Crucis de nuestro Señor Jesucristo, por los enfermos afectados por la Pandemia, recordando a cada paso, su camino hacia su crucifixión, en la cual pagó con su muerte y resurrección el perdón de nuestros pecados.
Todos tenemos nuestro propio Vía Crucis que andar. Todos tenemos nuestro camino personal de seguir a Jesús. Es un mismo camino y es también un camino diferente para todos, porque cada uno estamos llamado a Seguirle desde nuestra propia realidad.
Nos da miedo el Vía Crucis, porque todos tenemos miedo al dolor. Todos sentimos nuestros rechazos a la Cruz. Sin embargo, el camino de la Cruz, más que un camino de dolor y sufrimiento debiera ser un camino de esperanza.
La Cruz de Jesús no es la Cruz que invita a la muerte sino la Cruz que invita a la vida. Es el camino de lo nuevo. Juan Pablo II llamaba a la Cruz “la cuna del cristiano”. Y las cunas, más que de muerte hablan de vida, de futuro, de esperanzas.
Nadie como el que sufre comprende la realidad del camino de la Cruz, porque nadie como él sabe cuánto pesa el madero del dolor y de la enfermedad. Nadie como él vive colgado de la esperanza de que esto termine. Pero también nadie como el enfermo sabe comprender la realidad de Jesús camino del Calvario. Mientras los sanos miramos, desde la acera, a Jesús caminando bajo la Cruz, el enfermo lo ve desde su propia experiencia.
El Vía Crucis que ofrecemos a nuestros enfermos no quiere ser una llamada a la pasividad frente al dolor. No quiere ser una resignación sin esperanza. Al contrario, quiere llevar un poco de luz, allí donde el sufrimiento ha cubierto con sombras su vida. Este Vía Crucis quiere ayudar al enfermo a poner luz donde hay oscuridad, a poner esperanza donde el cansancio de la enfermedad invita a la desesperanza. Y sobre todo, quiere ser una invitación a sufrir, no en la soledad, sino en compañía de Jesús. Jesús se hace enfermo con el enfermo y el enfermo se siente identificado con Jesús.
Querido enfermo, no somos nosotros quienes debemos darte consejos en tu enfermedad. Pero si podemos poner en tu camino a Alguien que si sabe mucho de dolores y es capaz de comprenderte mejor que nadie: Jesús crucificado. No te fijes tanto en sus dolores, fíjate más bien en cuánto amor y cuánta vida brotan de ese dolor.
La Pasión de Jesús, como decía San Pablo de la Cruz, es un “mar de dolor”, pero inmediatamente, en ese mar de dolor él veía “un mar infinito de amor”. La Pasión como la revelación del amor de Dios al hombre.
“Como Cristo pasó por la prueba del dolor, ahora puede auxiliar a los que hoy pasan por la misma prueba” (Hb 2, 18).
EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO, Y DEL ESPÍRITU SANTO. AMÉN.
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO.
Ven, Espíritu Santo, Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu. Y todas las cosas serán creadas y renovaras la faz de la Tierra.
Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén
YO CONFIESO.
Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, Nuestro Señor. Amén
OFRECIMIENTO.
“Dios todopoderoso y eterno, singular protector de la enfermedad humana, mira compasivo la aflicción de tus hijos que padecen esta pandemia; alivia el dolor de los enfermos, da fuerza a quienes los cuidan, acoge en tu paz a los que han muerto y, mientras dura esta tribulación, haz que todos puedan encontrar alivio en tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amen”.
OREMOS.
Señor: bajo la mirada amorosa de nuestra madre la Virgen de Fátima y como Simón de Cirene queremos acompañarte en tu camino a la cruz, por el camino del dolor. Deseamos ofrecerte nuestro corazón contrito. Sabemos que nos quieres y que te haces cercano a nosotros en el dolor. Que tu cruz, símbolo de vida nueva, que une como en un abrazo la tierra y el cielo, ilumine la vida de quien más sufre. Queremos acompañarte en el recorrido de tu dolor junto a los enfermos de Covid-19. Amén.
PRIMERA ESTACIÓN.
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del santo Evangelio según San Mateo 27, 22-23.26.
Pilato preguntó de nuevo: «¿Y qué hago entonces con Jesús, el llamado el Mesías?». Respondieron todos: «¡Crucifícalo!». Él les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban más fuerte: «¡Crucifícalo!». Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Palabra del Señor
MEDITACIÓN.
Jesús fue condenado a muerte y hay quien, al ser diagnosticado positivo de Covid- 19 sabe que se enfrenta probablemente, si es grupo de alto riesgo, a su muerte. En el caso de Cristo, él asumió voluntariamente su condena a muerte, por coherencia de vida al saberse en manos del Padre. Deseaba cumplir la voluntad de Dios. En el caso del enfermo, estamos ante otra historia. Como tantas que nos vienen sin preguntar.
De pronto, un día, empieza a toser, tiene fiebre, le cuesta respirar, se encuentra mal. Sus síntomas coinciden con los que nos recuerdan todos los días. Llega el miedo. Intenta llamar a los teléfonos de atención. Parece que tarda una eternidad en poder contactar. Más inquietud. Efectivamente, su caso es de alta sospecha, así que le harán la prueba para confirmar el diagnóstico. El mundo se hunde bajo sus pies.
Es el momento de asumir el sufrimiento, de asociarse al sufrimiento redentor de Cristo. Es la hora de asumir lo que se vive desde una lectura creyente de la realidad. Sabiendo que, en todo momento, tanto en la salud como en la enfermedad, estamos llamados a cumplir la voluntad de Dios porque en Dios somos, nos movemos y existimos.
OREMOS
Señor fortalece a los enfermos que son diagnosticados de Coronavirus. Dales fuerza. Ayúdalos en lo que necesiten. Y a sus familiares y amigos fortalécelos con la potencia que ofrece la caridad y la esperanza. Si eres una persona contagiada por el virus; si estás cerca de alguien de los tuyos que está infectado, Jesús fue condenado y tenido por leproso y blasfemo, mírale a Él. Amén
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
SEGUNDA ESTACIÓN.
JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador
Del Evangelio según San Mateo 15, 20.
Tras burlarse de él, le quitaron el manto de púrpura, lo vistieron con sus ropas y lo sacaron para crucificarlo. Palabra del Señor
MEDITACIÓN.
Jesús cargó con su cruz para cumplir la voluntad de Dios. El enfermo cargará con su cruz, una cruz inesperada. Recibe el resultado que confirma el diagnóstico.
Es obligado al aislamiento domiciliario. Ha de tomarse la temperatura y observar los síntomas. Ya no le tocará ningún familiar; ni besos, ni abrazos, ni un apretón de manos, ni un roce, nada. Y para hablarle, habrán de hacerlo a distancia; dos metros como mínimo y con mascarilla. Su aliento trasmite muerte. No puedes evitar preguntarte: ¿Por qué?
La vida hay que asumirla como viene: mientras unos viven confinados permanentemente en sus hogares y otros salen a trabajar el enfermo asume su cruz, quizá no sin rebeldía. No es fácil beber el cáliz del dolor.
OREMOS.
Señor ayuda a quien es diagnosticado de coronavirus. Ayúdalo a asumir la cruz del dolor, del sufrimiento, del desconcierto. Enséñalo a transitar por ese momento asumiendo el dolor y convirtiéndolo en oración, en sacrificio agradable a ti. Si tú has sido hospitalizado, o alguno de los tuyos lo está, y sientes el peso insoportable de la prueba, mira a quien cargó con nuestros sufrimientos. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
TERCERA ESTACIÓN.
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ BAJO EL PESO DE LA CRUZ.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del profeta Isaías 53,4.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Palabra de Dios.
MEDITACIÓN.
Jesús cayó cargando la cruz y el enfermo con sintomatología también caerá en el camino de la vida. Se sentirá débil, sentirá miedo, sentirá incertidumbre. Atrás queda una vida vivida como supo y pudo; delante toda una cuesta arriba en medio del agotamiento, la fiebre, las dificultades respiratorias…
Aún está en casa, es un aislamiento amable, pero teme por su familia. Además, cada momento que pasa está peor, la fiebre ya no cede y el cansancio es más acusado. Apenas tiene fuerzas para articular alguna palabra. Necesita cuidado hospitalario. Le trasladarán. La angustia se acrecienta. Caerá en ese trayecto, pero se levantará, intentará animarse, tomará impulso.
OREMOS.
Señor, protege a quienes se sienten bajo el yugo del dolor. Quien cae en el camino de la vida por la enfermedad. Alívialo en su sufrimiento, en su cansancio, en su falta de aliento. Señor, tú que caíste bajo el peso de la cruz, muestra a los enfermos graves que, tras el camino de la cruz, llegará la resurrección. Si en estos momentos te acosa la tentación de la desesperanza, de la angustia, y hasta de la depresión, mira a Jesús, que, caído en tierra, se levanta. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
CUARTA ESTACIÓN.
JESÚS SE ENCUENTRA A SU ADOLORIDA MADRE.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del Evangelio según San Lucas 2, 34-35.51.
Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: «Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN.
Jesús camino del Calvario se encontró con su madre, corazones desgarrados unidos entre sí: el del Hijo y el de la Madre. ¡Qué dolor! Pero cuánto consuelo. Pareciera que Cristo cargando con la cruz, aún en esos momentos críticos de su vida, todavía tiene fuerza para consolar a la madre, tiene fuerza temblorosa por el peso de la cruz para abrazarla mientras ella intenta acariciar el rostro de su Hijo.
Se cruzan las miradas del enfermo y los familiares, estos están atentos, los siente cerca, aunque no pueda estrecharlos en esta despedida. Partirá al hospital sintiendo el apoyo y la unión de su familia; es bálsamo sanador que le ayudará a afrontar esta dura situación y que cura más que otra medicación. El enfermo experimenta hálito de vida para abrazar con todo el corazón, en distancia estremecedora, a quienes ama.
OREMOS.
Señor, ayuda y consuela a quien sufre y experimenta en su cuerpo la enfermedad. Protege a sus familiares y amigos. Que el amor que se profesan sea medicina que alivie sus dolores y miedos; que la unión que experimentan, aunque no puedan verse, sea fortaleza en su enfermedad. Si tienes algún familiar contaminado, y no puedes acercarte a verlo, si estás aislado en tu propia casa, sin poder demostrar tu cercanía, contempla el dolor de María ante su Hijo en la Vía Dolorosa, sin poderse acercar a Él. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
QUINTA ESTACIÓN.
EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del Evangelio según San Marcos 15, 21-22.
Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota, que quiere decir lugar de «La Calavera». Palabra del Señor.
MEDITACIÓN.
Jesús recibió la ayuda de un desconocido en su camino a la cruz. Simón de Cirene, apareció de la nada, no conocía a Jesús. Sin embargo, de aquel encuentro involuntario nacería la fe: Simón, el padre de Alejando y Rufo, era conocido por la comunidad cristiana a la que Marcos escribe. Cuando llega al hospital, se hace tantas preguntas que no atina a formular ninguna. Sentimientos absolutamente contradictorios se suceden en una cascada infinita que no acierta a serenar. Predomina el sentimiento de soledad, pero también confianza y esperanza. Ciertamente, le cuidan desconocidos, pero lo hacen con cariño y eficiencia. Y siente alivio simplemente con su presencia.
Hoy igual que ayer también el enfermo de coronavirus sentirá la ayuda de personas que no conoce y que le ayudarán, especialmente personal sanitario, esas personas formarán parte de su nueva familia; son personas que no olvidará porque le ayudaron a llevar la cruz de la enfermedad, a hacerla más llevadera.
OREMOS.
Señor, enséñanos a ser cirineos; a llevar la cruz de nuestros hermanos. A ofrecer nuestra ayuda, a ser protagonistas de nuestra historia desde el ejercicio de la caridad. Tú mejor que nadie sabes cuánto alivio se puede sentir si alguien, cuando estás extenuado, te ayuda. Enséñanos a ser pacientes y diligentes cuando tengamos que salir de la sombra de la Historia para ayudar a quien nos necesita. Si eres profesional de la medicina, si perteneces a los destacados para poner tus manos en el dolor y en la enfermedad, en la soledad y el aislamiento, eres como el Cirineo. El papa Francisco te ha llamado el santo de la puerta de al lado. Gracias. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
SEXTA ESTACIÓN.
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del profeta Isaías 53,2-3.
Sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Palabra de Dios.
MEDITACIÓN.
Cuenta la tradición que el rostro de Cristo lo limpió Verónica, que en medio de su dolor inenarrable encontró consuelo en el gesto tierno y sincero de aquella mujer. En unas horas, se establecen hermosos vínculos fraternos entre el personal sanitario y el enfermo de coronavirus. A veces es un simple saludo desde el quicio de tu puerta, un ¿cómo vas?, otras veces es necesario tomar una analítica o actualizar un tratamiento. Siempre hay una palabra amable, una de ánimo. Podría decirse que se pertenecen mutuamente. El enfermo encontrará consuelo en cada gesto de cariño y respeto que reciba de quienes lo atienden; encontrará alivio al ser cuidado por quienes se desviven por él.
OREMOS.
Señor, concédenos la gracia de estar atentos a los demás, de tener gestos de cariño y respeto con quien sufre; enséñanos a crecer en sensibilidad espiritual, a tener pequeños detalles con el enfermo, a saber, adelantarnos a sus necesidades. Si eres uno de los voluntarios, que se ha ofrecido para enjugar el dolor del que sufre, siente el gozo de llevar en tus ojos el rostro que se imprimió en el velo de la Verónica. Gracias. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
SÉPTIMA ESTACIÓN.
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del profeta Isaías 53,5.
Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Palabra de Dios.
MEDITACIÓN.
Jesús volvió a caer con la cruz camino del monte de la Calavera. Cansado, extenuado, agotado en sus fuerzas. En su paso lento cae al suelo, se empotra contra la calzada, como el enfermo que ve agravado su estado: hoy se despierta agitado, le cuesta mucho respirar; tanto, que casi no puede hacerlo, sus fuerzas se debilitan, su cuerpo va agotándose, le cuesta controlar la mirada que empieza a perderse en el infinito. Como en sueños percibe voces, aunque apenas puedes reaccionar a ellas. Necesita un respirador.
OREMOS.
Señor, con la fuerza de tu gracia estabiliza a los enfermos, confórtalos en su enfermedad, dales el empuje necesario para levantarse y continuar en el camino de la vida. No permitas que su mirada al infinito sea devorada por la tentación de pensar que no hay un más allá, que tú no los esperas al otro lado de la puerta. Concédele la gracia de saberse en tus manos y sentir la ayuda de tu gran poder. Si te oprimen las noticias de los que especulan, de los que mienten, de los que se aprovechan del dolor ajeno, mira a Jesús, que no cede y se levanta, hazlo tú con gestos sinceros que animen y den esperanza. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
OCTAVA ESTACIÓN.
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del Evangelio según San Lucas 23, 27-28.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Palabra del Señor.
MEDITACIÓN.
Jesús consoló a las mujeres de Jerusalén camino del Calvario, se encontró con ellas, dialogó con ellas, se dirigió a ellas en medio del cansancio, del agotamiento, del dolor. Les advierte con cariño, pero de forma taxativa. Recodar a los tuyos da fuerzas para luchar contra la enfermedad. Se añoran, pero sabe que están en casa protegidos.
El enfermo de Covid-19 ha oído que escasean los medios de protección e incluso algunos confeccionados a base de creatividad personal. No puede evitar un pensamiento sobrecogedor: ¿qué será de él de todos, si los sanitarios enferman? Por ellos, por todos les pides encarecidamente que se cuiden. Como Jesús, el enfermo postrado en cama puede advertir también a quienes lo cuidan, a quienes se encuentran con él que se cuiden, que se protejan, que eviten el contacto para evitar ser contagiados o contagiar.
OREMOS.
Señor, enséñanos el gesto y la palabra oportuna. Concede al enfermo la palabra y el gesto adecuado; que reconozcamos en su experiencia autoridad. Ayúdanos a concienciarnos entre todos para que entre todos nos cuidemos, nos apoyemos, nos ayudemos. A ti, madre, hermana, trabajadora, ama de casa, acoge la mirada de Jesús y convierte tu lamento en gestos solidarios, entrañables, amorosos, que tanto ayudan. Gracias. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
NOVENA ESTACIÓN.
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
De la carta del apóstol Pablo a los Filipenses 2, 6-7.
Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Palabra de Dios.
MEDITACIÓN.
Jesús cayó por tercera vez bajo el peso de la cruz. Camino del Calvario, sin apenas fuerzas, Jesús es derrotado por el peso del madero. Aunque solo hace tres días del ingreso, parece que el enfermo lleva una eternidad en el hospital.
Le flaquean las fuerzas, el hogar queda lejos y a ratos se desanima. Duda de las posibilidades de remontar. Evoca la risa de los suyos que quiere volver a escuchar. Le duele respirar, pero no se rendirá. El enfermo de Covid19 también sentirá cómo poco a poco, paulatinamente, sus fuerzas van decayendo, cómo va agarrotándose en el tiempo y el espacio… un tiempo que por momentos parece suspendido.
OREMOS
Señor, conforta a quien cae bajo el peso de la enfermedad; a quien sufre viendo cómo su vida poco a poco va apagándose. No permitas que ceda al desaliento, no lo dejes caer en la tentación de olvidarte. Ayúdalo a llevar este camino que atraviesa; que sienta y comprenda que la resurrección es el final del camino de esta vida; que, aunque camine por cañadas oscuras nada tema porque tú vas con él. Si ves cómo se derrumba tu negocio, y se quiebra tu economía, si das por perdido todo tu esfuerzo, no deseo decirte palabra de compromiso, pero quizá sientas junto a ti una mano tendida. Mira a Jesús que vuelve a levantarse. No te hundas, espera, espera en el Señor. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
DÉCIMA ESTACIÓN.
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del Evangelio según San Marcos 15, 24.
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN.
Jesús fue despojado de sus vestiduras, quedó desnudo frente a todos; frente a todas. Como el enfermo crítico que se enfrentará a su destino desnudo, sin nada: le trasladan a la UCI. Precisa de respiración asistida. Han de monitorizar todas sus constantes vitales, para asegurar una atención inmediata al más mínimo fallo. La ropa es un estorbo ante cualquier eventualidad. Múltiples elementos le conectan a varios aparatos, porque su cuerpo necesita ahora que la tecnología le ayude a sostener la vida. Un cuerpo que se expone a la mirada de todos como vino al mundo. En su desnudez se simboliza la desnudez con la que nos enfrentamos a nuestro destino final: con la verdad. Con lo que somos, hemos vivido y sentido.
OREMOS.
Señor, desnudos vinimos a este mundo y desnudos nos marcharemos de él. Consuela a quienes en su desnudez se sienten perdidos, abochornados, abandonados. Hazles descubrir la verdad última del ser: el amor. Muéstrales que son amados con misericordia, sin reproches, con ternura. Que sientan que tú los proteges, los sientes tuyos, los amas. Si te sientes despojado, porque te ha alcanzado el virus, y estás desnudo y solo en una habitación, o estás en cuarentena, te invito a que mires a Quien desnudo y solo dio su vida por amor a todos. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
UNDÉCIMA ESTACIÓN.
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del Evangelio según San Lucas 23, 39-43.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Cristo fue clavado en la cruz a vista de quien contemplase el sufrimiento de aquel hombre, que afirmó ser el Mesías, el Hijo de Dios. Clavado en la cruz se consuma el martirio, el sacrificio por amor de Cristo. El enfermo postrado en cama también asumirá sus últimos momentos: la respuesta no es buena, el deterioro sigue progresando y algún otro órgano comienza a fallar. Deciden una actuación extrema y le colocan boca abajo, buscando la última oportunidad. Ya nada depende de él: postrado en su cruz sentirá cómo la vida se le va. El enfermo que en su identidad última se enfrenta a su destino.
OREMOS.
Señor, concede a quien está enfermo hacer de su vida un sacrificio agradable a ti. Concede a quien pierde la vida sentirse en comunión contigo. Que su alma se reconcilie contigo, que sienta el consuelo de tu ternura, que cierre el capítulo de su vida en paz. Si estás en la UCI, o aislado; si estás sin poder salir de casa, sujeto, si te sientes clavado y solo, mira al Crucificado. No deseo oprimirte más, pero Él se trasfunde en nuestro dolor y lo transforma en redención. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
DUODÉCIMA ESTACIÓN.
JESÚS MUERE EN LA CRUZ.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del Evangelio según San Mateo 15, 33-39.
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloí, Eloí, Lemá Sabactaní», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo». Entonces Jesús, dando un grito, expiró. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!». Palabra del Señor.
MEDITACIÓN.
Cristo murió solo, aunque a una distancia alcanzable solamente por el amor estaba su madre; hubo un antes y un después de la muerte redentora en la soledad más grande jamás soñada. Al menos, en la soledad sentida más absoluta y trascendente. “¿Dios mío, porqué me has abandonado? ¿Por qué no escuchas mis gritos y me salvas? (Salm 22,2)” gritó el Nazareno en la cruz.
El enfermo de Covid-19 está llegando al final de este camino. Ahora sí, comprende que no queda ningún esfuerzo por hacer, ni por su parte ni por los que le cuidan que, hasta el último momento, han luchado por su vida. Ahora sí, ha soltado todas las ataduras. Sólo queda el amor, el de los suyos hacia él desde la distancia y el suyo hacia todos. Ahora sí, las constantes se paran. El abandono es absoluto. Caen derrotadas las manos de los sanitarios, esta vez no han podido vencer a la muerte.
OREMOS.
Señor, consuela a quien muere solo. A quien en la soledad más absoluta de la cama del hospital siente como la vida se le va. Concédele la libertad verdadera, alójalo en tu paraíso. Señor, tú que eres Buen Pastor, cuéntalo entre tus ovejas, agrégalo al número de tus elegidos. Que pueda contemplarte cara a cara a ti, su redentor; que goce de tu visión. Por ti, que nos has dejado, y ya has pasado el umbral de la muerte, rezo y a ti me encomiendo. Por ti, que has perdido un ser querido, y no has podido acercarte a darle un beso, te acompaño en tu dolor, aunque nunca lo sepas. La muerte no es la última palabra. Jesús muere y convierte la muerte en vida. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
DÉCIMA TERCERA ESTACIÓN.
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y ENTREGADO A SU MADRE.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del Evangelio según San Marcos 15,42-43.46ª.
Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN.
Jesús es descolgado de la cruz en el silencio y sobriedad más cruda. Todo el sufrimiento ha terminado. Dios no quiere el sufrimiento, está en el sufrimiento. Solo José de Arimatea y unas cuantas personas más están en el momento crítico de descender el cadáver de Cristo de la cruz. Como las personas que se encargan de las complicadas actuaciones que se requieren para tratar el cadáver de un enfermo de Covid-19; un cadáver altamente contagioso: sanitarios, auxiliares, miembros de la funeraria… Han de asegurarse de que el traslado sea seguro, y también, de que se realice con toda dignidad.
OREMOS.
Señor, conforta a la familia que ha perdido a un ser querido y en el momento del fallecimiento ni ha podido estar cerca de él. Que tu madre María, que sí tuvo el privilegio de estar cerca de tu cadáver a la hora nona auxilie a los familiares que han perdido a sus seres queridos, que sientan la protección y reciedumbre de Santa María de Fátima. Si no has podido despedirte de un ser querido, si estás a distancia de quien deseas acompañar, mira a María, la Virgen de Los Dolores, la Virgen de las Angustias, la Virgen de los Desamparados. Ella tiene el encargo de Jesús de consolarnos. Un beso. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
DÉCIMA CUARTA ESTACIÓN.
EL CUERPO DE JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del Evangelio según San Mateo 27, 59-60.
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN.
El cadáver de Jesús fue depositado en el sepulcro sin estrenar de José de Arimatea y mientras José sella la tumba de Jesús, Cristo desciende a los infiernos y abre sus puertas de par en par. Lo que la Iglesia occidental llama «descenso a los infiernos», la Iglesia oriental lo celebra ya como Anástasis, es decir, «Resurrección». Así es como las Iglesias hermanas comunican al hombre y a la mujer de hoy la plena verdad de este único misterio: «Esto dice el Señor Dios: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis»» (Ez 37,12.14).
Si es posible le incinerarán con premura, o quizás si los servicios funerarios se desbordan, deberá permanecer algunos días en la morgue. En ningún caso, sus familiares podrán velarle. Eso aumenta su dolor. Miles de plegarias brotan de sus corazones y de todos los creyentes que sabemos de tanto dolor. Sin embargo, su vida no ha terminado, solo ha traspasado la puerta de la eternidad. Ahora se ha transformado. Vive en Dios, en él es y existe.
OREMOS.
Señor, concédenos desde la humildad, acariciar el misterio de la plenitud, de la vida Eterna. Concédenos transcender este puñado de horas que vivimos en la tierra para saber que en ti somos, nos movemos y existimos. Si no has podido acompañar el entierro de tu ser querido, de tu amigo, si la losa del desgarro ha caído sobre tu corazón, te ofrezco mi silencio, y sobre todo el silencio de María, la mujer fuerte, que permaneció de pie junto a la Cruz, y no perdió la esperanza. ¡Ten ánimo! Tanto dolor no puede quedar sin sentido. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
DÉCIMA QUINTA ESTACIÓN.
LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR.
Te adoramos o Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y mi pecador.
Del evangelio según san Lucas (Lc 24,5-6).
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» Palabra del Señor.
MEDITACIÓN:
Unas piadosas mujeres fueron al sepulcro de Jesús muy temprano. El anuncio de la resurrección convierte su tristeza en alegría. Jesús está vivo y nosotros vivimos en Él para siempre. La resurrección de Cristo inaugura para la humanidad una renovada primavera de esperanza.
OREMOS.
Jesús, enséñame a mantener siempre la esperanza. Si ahora piensas que invocar la vida es recurso piadoso, te aseguro que es desde la resurrección de Cristo que cabe permanecer en esperanza. Cuenta con la oración de muchos. Nada es inútil. Algún día comprenderemos tanto dolor e impotencia, y se hará luz. Me atrevo de decirte: Espera, espera en el Señor, que volverás a alabarlo. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
ORACIÓN FINAL.
Señor Jesús, en este día en que recordamos tu Pasión y Muerte, ayúdanos a reconocer el inmenso amor que nos tienes. Tú, Señor, entregaste tu vida por nuestra salvación, y nos has señalado un sendero por recorrer: solo quien entrega, podrá recibir. Ayúdame a acoger el inmenso don de tu amor, y a seguirte en el camino de la cruz, que es paso para la resurrección.
Jesús tomó su Cruz y se encaminó al Calvario. Desfiló por las angostas calles de Jerusalén.
Las gentes lo miraban. Y su Madre, María, lo veía también. Caminaba junto a las mujeres piadosas que seguían sus pasos, sus caídas, su sufrimiento. En ese camino lo encontró la Verónica. Y enjugó su rostro herido, con su propio velo. Y Jesús le regaló su rostro impreso en la tela, agradecido a su compasión.
Y llegó al fin del camino, que era la muerte en la Cruz, por la humanidad. También por mí. Cristo me redimió, Cristo me salvó. Yo no estaba allí. Veintiún siglos después, ocupo en el mundo el lugar elegido por la Divina Providencia. El lugar y el momento. Y me siento en deuda con quien dio la vida por mí.
Por eso, cada vez que la enfermedad me visite, sentiré que estoy sanando las heridas del Salvador. Cada vez que la limitación me prive, sentiré que estoy limpiando el Rostro del Salvador. Cada vez que un dolor moral me apriete, sentiré que estoy aliviando los sufrimientos de las espinas del Salvador. Cada vez que el cansancio debilite mis fuerzas para seguir mi camino, estaré besando los pies lastimados del Salvador, que seguían caminando hacia el sacrificio final. Por todos. Por mí, también.
Señor, Jesús, caminando contigo el mismo camino del sufrimiento, uno se siente más aliviado. El dolor sigue siendo el mismo. Pero tu presencia lo hace más llevadero.
Al terminar mi Vía crucis, yo sigo clavado en mi cruz de la enfermedad, pero siento que me duele menos. Porque tu presencia y tu compañía ponen luz y esperanza en mi camino. Sé que tú no me descolgarás de mi cruz, como tampoco tú quisiste bajar de la tuya. Pero ya es bastante saber que mi dolor no te es ajeno, sino que tú mismo has querido compartirlo.
Te pido, Señor, que, así como tú compartes mi dolor me enseñes a compartir tu esperanza pascual. Juntos los dos por el mismo camino de la Cruz, pero juntos también los dos caminos de la pascua. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.
Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén.
Por tus sangrientos pasos, Señor seguirte quiero y si contigo muero, dichoso moriré. Piedad, Señor te pido. Pequé mi Dios, pequé.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
¡Jesús por todas tus penas! Misericordia Señor.
EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO, Y DEL ESPÍRITU SANTO. AMÉN.
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