¿Puede la Iglesia ser insensible ante un grito de dolor?

«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». Ante esta esta hermosa respuesta de Jesús del evangelio de hoy, nos damos cuenta que: ¡El dolor no tiene límites y la misericordia de Jesús tampoco! La mujer cananea experimenta la fe en Jesús de forma misteriosa, por caminos nuevos y desconocidos, porque sabe que la fe no es creer que Dios puede es saber que lo hará. Por eso Jesús, ante la insistencia de las palabras de una extrajera, muestra su mejor rostro. Dios encarnado en un hombre, pero con un corazón lleno de compasión y misericordia.

Reflexión del Evangelio

La llegada a un país extranjero supone siempre grandes dificultades. Los que han tenido que emigrar, lo saben perfectamente. Basta pensar en tantos nicaragüenses: que se han visto obligados por las particulares situaciones sociales de nuestro país en busca de una mejor vida para ellos y sus familias.

El que llega desconoce generalmente la lengua, los usos y costumbres de la nueva nación. Además, en muchas ocasiones, los que viven en el país tienden a mirar al extranjero con desconfianza. Piensan que el recién llegado les viene a quitar lo que es suyo. Ven al extranjero, al inmigrante como una amenaza. Por ello, algunos piensan que se les deben negar hasta los más mínimos derechos.

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Jesús era judío. Vivió toda su vida en Judea y entre judíos. Pero el evangelio de hoy nos relata su encuentro con una extranjera. Los cananeos no sólo eran extranjeros. Eran gente odiada y menospreciada por los judíos. Además, Jesús pensaba que su misión se dirigía fundamentalmente a los judíos. No había ninguna razón para hacer nada por una cananea. Ella insiste e insiste. Tiene a su hija muy enferma. Jesús comprende su necesidad, pero responde que Él ha sido enviado a los judíos. Pero la mujer sigue insistiendo: “Hasta los perros comen las migajas de la mesa de sus amos”. Se sitúa en una posición de total humildad y confianza. Y Jesús no puede hacer otra cosa que atender la petición de la mujer. El mismo Jesús tuvo que aceptar que su misión rompía los límites de las fronteras, razas, culturas y religiones. El amor de Dios se dirige a toda la humanidad sin excepción. No hay nadie despreciable para Dios. Todos están llamados a sentarse a su mesa. Y no como perros sino como hijos.

«Ten compasión de mí», «Señor, ayúdame»; son gritos de dolor de la cananea. Jesús nunca es indiferente, no permanece indiferente ante el sufrimiento, no abandona, actúa, sana y salva» ¿Puede un cristiano callar ante los gritos de auxilio de una persona? ¿Puede la Iglesia ser insensible ante un grito de dolor? ¿Se puede callar la Iglesia ante el grito del pobre, del inocente, del perseguido, etc.?

Ante el sufrimiento de nuestro hermano como Iglesia tenemos que adoptar una actitud de escucha y de servicio. Lo esencial de la Iglesia es “servir” debemos mirar de frente al que implora ayuda. La Iglesia jamás será indiferente con el que sufre, con el que grita de dolor, con el que pide justica; esa es su razón de ser. La Iglesia es de Jesús, del Jesús que escucha el clamor de aquella mujer. Debemos reconocer a las personas que, cerca de nosotros y de muchas maneras diferentes, gritan como la cananea: “Ten compasión de mí”, acogerlas y sentir con ellas, compartiendo lo que somos y tenemos, es nuestra misión como discípulos de Jesús. Así vamos preparando ya ahora el gran banquete del Reino al que Dios ha invitado a toda la humanidad. Dios escucha e interviene para salvar, hoy nosotros debemos ser hombres capaces de sentir el gemido del sufrimiento y de trabajar en favor de los oprimidos».

Abrir las fronteras, abrir los corazones, y no despreciar a nadie por ser diferente es la gran lección del evangelio de este domingo. Ante Dios no hay nadie diferente. Todos estamos necesitados de salvación, de perdón, de reconciliación. Todos somos hijos. Y Dios nos sienta a su mesa, como hijos que somos, porque en ella hay sitio para todos, como dice Mons. Rolando “todos cabemos en la misma mesa”.

Reflexionemos: ¿Nos preocupan los dolores y problemas de los que viven cerca de nosotros?

Pbro. José Luis Diaz Cruz.

Diócesis Media.