Un dodecálogo para el perdón y la justicia a los nicaragüenses, propuso Monseñor Rolando Alvarez, Obispo de la Diócesis de Matagalpa, en la Santa Misa dominical el 13 de septiembre en Catedral San Pedro Apóstol, recordando que mientras en Nicaragua no se supere la fuerza destructiva del odio, y por más esfuerzos que se hagan por salir de la crisis no sólo no se saldrá de ella sino que “nos iremos sumiendo en más pobreza, delincuencia, tristeza y dolor”.
Aquí lo propuesto por Monseñor Alvarez:
“Inspirados en el Papa Benedicto XVI, propongo a los nicaragüenses un dodecálogo para el perdón y la justicia:
1.Perdonar no es ignorar, sino transformar.
- Nadie puede mejorar el mundo si el mal no es superado. Y el mal solo puede ser superado con el perdón. Un perdón que sólo nos lo puede dar el Señor. Un perdón que no aleja el mal sólo con palabras, sino que lo transforma realmente.
- No hay justicia sin perdón. Y el perdón no sustituye la justicia.
- El perdón no significa negación del mal, ni debe hacer que decaiga la denuncia de la verdad del pecado.
- El concepto de perdón en el cristianismo hace nacer una nueva idea de justicia que no se limita a punir, sino que reconcilia y cura.
- Toda ofensa entre los hombres encierra de algún modo una vulneración de la verdad y el amor.
- La ofensa solo puede ser superada con el perdón, no a través de la venganza.
- El perdón sólo puede penetrar, sólo puede ser efectivo, en quien a su vez perdona.
- No se puede presentar ante Dios quien no se ha reconciliado con el hermano; adelantarse con un gesto de reconciliación, salir a su encuentro, es una condición previa para dar culto a Dios correctamente.
- La ofensa es una realidad, una fuerza objetiva que ha causado una destrucción que se ha de remediar. Por eso el perdón debe ser algo más que ignorar, que tratar de olvidar. La ofensa tiene que ser subsanada, reparada y, así, superada.
- Los horrores de la historia se utilizan como pretexto concluyente para negar la existencia de un Dios bueno y difamar a su criatura, el hombre, presentándolo como incapaz de perdonar.
- El amor se convierte en fuerza de salvación.
Mientras en Nicaragua no se supere la fuerza destructiva y auto destructiva del mal del odio, de la venganza o de albergar deseos de venganza, de ver al otro como enemigo y querer eliminarlo; mientras nos atropellemos unos a otros, por más esfuerzos políticos que se hagan para salir de esta crisis en que nos encontramos, no sólo no saldremos de ella, sino que nos iremos sumiendo en más pobreza, delincuencia, tristeza y dolor.
Mientras no entendamos que la fuerza regenerativa del Amor, es la fuerza moral por antonomasia, de la que no podemos prescindir, no lograremos reconstruir nuestro país. Por éso una vez más hacemos un llamado a todos los sectores y en primera instancia a las autoridades públicas, por tener la mayor responsabilidad, a promover una cultura de paz y entendimiento.
Nada ganamos y mucho perdemos los nicaragüenses si cada quien se atrinchera en sus posturas defendiéndolas como si fueran máximas verdades. De hecho las posturas, nunca le han hecho bien a los pueblos. Cada quien reconozca sus errores y pidamos disculpas si hemos ofendido. Ciertamente es lamentable cómo cuándo figuras o líderes sociales, son capaces de pedir disculpas públicas, reconociendo sus equivocaciones, se arremete contra ellos, como si de destruir se tratara y no de construir. Mientras no se rompa ese espiral de ataques y contraataques, estaríamos conduciendo a Nicaragua, al despeñadero. No es desapareciendo socialmente al otro, como resolveremos los problemas que nos aquejan, sino aprendiendo a convivir bajo la base de la memoria y la reparación.
Se puede despojar al vecino de sus posesiones, de las oportunidades o de la libertad…, se puede tejer una insidiosa red de mentiras para convencer a los demás que ciertos grupos no merecen respeto. Y, sin embargo, por más que se esfuerce, nunca se puede olvidar el nombre de otro ser humano. Es necesario que toda persona de buena voluntad vigile para desarraigar del corazón del hombre todo lo que sea capaz de llevar a tragedias semejantes.
La Iglesia, decidida a imitar el amor de Jesús por toda persona, siente profunda compasión por cada una de las víctimas, por cada nombre que se recuerda, por cada ausente en las familias sean quienes sean, vengan de donde vengan y procedan de donde procedan. La Iglesia sufre con las familias dolientes, desconsoladas. Sus sufrimientos son también de la Iglesia que mantiene el compromiso de rezar y actuar sin descanso para asegurar que el odio no reine nunca más en el corazón de los hombres, porque Dios es el Dios de la paz.
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Hacer memoria de cada víctima con un corazón lleno de paz y de perdón es también levantar nuestra voz “contra todo acto de injusticia y de violencia. Es una condena perenne de todo derramamiento de sangre inocente. Es el grito de Abel, que se eleva desde la tierra hacia el Omnipotente. Al profesar nuestra inquebrantable confianza en Dios” y en el recuerdo y memoria que se dirige a cada ser amado, a cada hermano víctima de la violencia, reflexionamos que “el amor del Señor no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura; cada mañana se renuevan” (Lam 3, 22-23). (cf. Papa Benedicto XXI, 11 Mayo, 2009).
Diócesis Media.