Séptimo día de la Novena al Espíritu Santo

Séptimo día de la Novena al Espíritu Santo

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

OFRECIMIENTO.

(Pide por una intención especial en tu necesidad).

ORACIÓN.

Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO.

¡Oh Santo Espíritu, Espíritu Divino de luz y de amor! Yo te consagro mi inteligencia, corazón y voluntad, para el tiempo y para la eternidad. Que mi entendimiento sea siempre dócil a tus divinas inspiraciones y a las enseñanzas de la Santa Iglesia Católica, de la cual eres Tú su guía infalible; que mi corazón esté siempre inflamado en el amor de Dios y del prójimo; que mi voluntad se conforme siempre con la divina Voluntad; que toda mi vida sea imitación plenamente fiel de la vida y virtudes de Nuestro Señor y Salvado Jesucristo, a quien, en el Padre y contigo, Espíritu Divino, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Del santo Evangelio según San Juan (16, 33).

“Se lo he dicho todo para que tenga paz en mí. Van a sufrir mucho en este mundo, pero ¡sean valientes! Yo he vencido el mundo.” Palabra del Señor.

MEDITACIÓN DEL DÍA.

LA FORMACIÓN DE JESÚS EN EL CORAZÓN.

El mayor de los misterios y la más grande de las obras es la formación de Jesús en nosotros como lo señalan estas palabras de san Pablo: Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en ustedes (Ga 4, 19). Es lo más sublime que realizan en el cielo y en la tierra las personas más excelentes que hay en ellos: el Padre eterno, el Hijo y el Espíritu Santo, la santa Virgen y la santa Iglesia.

Es la acción más grande del Padre eterno, cuya ocupación durante toda la eternidad es producir continuamente a su Hijo en sí mismo. Y fuera de sí no ha realizado nada más admirable que formarlo en el seno purísimo de la Virgen en el momento de la encarnación.

Es la obra por excelencia del Hijo de Dios sobre la tierra, formarse a sí mismo en su santa madre y en la divina Eucaristía.

Y del Espíritu Santo, que lo formó en las entrañas de la Virgen María, la cual no ha hecho ni hará jamás algo más sublime que colaborar a esta divina y maravillosa formación de Jesús en ella. Es la acción más grande y santa de la Iglesia, que lo produce, en cierta manera, por boca de los sacerdotes en la divina Eucaristía y lo forma en el corazón de sus hijos.

Por eso también nuestro principal deseo, empeño y ocupación debe ser formar a Jesús, haciéndolo vivir y reinar en nosotros con su espíritu, su devoción, sus virtudes, sentimientos, inclinaciones y disposiciones. A ello deben tender todos nuestros ejercicios de piedad. Es esta la obra que Dios coloca en nuestras manos, para que en ella trabajemos sin descanso.

Consideración del día Séptimo.

La cobardía de muchos cristianos en las luchas de la vida es hoy un defecto triste y por demás frecuente.

Quien deliberadamente y con libre voluntad realiza acciones que contradicen las disposiciones de Dios, ¿qué otra cosa hace, en realidad, sino obrar cobardemente? La práctica de actos virtuosos y conformes con los deseos de Cristo exige no pocas veces tener ánimo bien valiente y siempre dispuesto para aguantar el sacrificio.

Los seguidores de Jesús deben soportar con resignación los padecimientos de la vida, deben amara a sus propios enemigos y sobreponerse a las burlas y desprecios de los mundanos.

Pero…¡cuántas veces se omite el bien por temer al qué dirán! ¡Cuántas otras nos asusta el esfuerzo que reclaman los deberes de religión, profesión y estado…!

¿Y no te asusta, oh cristiano, la ofensa inaudita que infieres a tu Dios y Señor cuanto le pospones a las criaturas cuando temes más a tus semejantes que al justo juicio del Juez de vivos y muertos?

Con temor y temblor se ha de obrar en la vida; pero con temor santo que se sostiene en el amor que lleva a Cristo; no en el temor que retrae e incapacita en el servicio del Señor.

Las almas convertidas por la gracia en “moradas del Espíritu Santo”, llevan dentro de sí mismas al que es la fuente de toda fortaleza y valor. Si tienen fe viva; si de verdad aman a Dios y temen ofenderle… en esta Fuente hallarán la fuerza con que oponerse a las sugerencias del demonio, y al ímpetu de las pasiones: “En Dios he esperado y no temeré nada de lo que pueda hacerme el hombre”.

El fuego del amor divino, traído por el Espíritu Santo a las almas sus amigas, hace palidecer el brillo de las cosas y destruye todo temor por las amenazas de los hombres.

Antífona: ¡Espíritu Santo, derrama tus dones constantemente en nosotros!

Oración para Implorar los Dones del Espíritu Santo. Señor mío Jesucristo, que antes de ascender a los cielos, prometiste a tus apóstoles y discípulos enviar el Espíritu Santo para fijar en sus almas tu obra divina y redentora, te suplicamos: nos envíes a nosotros el mismo Santo Espíritu para que complete en las nuestras la obra de tus gracias y de tu amor.

Desciendan copiosos a nosotros sus dones celestiales: la Sabiduría, para despreciar las cosas perecederas del mundo y sólo anhelar las eternas; el Entendimiento, que ilumine nuestras mentes con la luz de las verdades; el Consejo, que nos dé acierto en la elección de los medios más seguros para agradar a Dios y merecer el cielo; la Fortaleza, que nos ayude a soportar las cruces de la vida y a superar los obstáculos que se opongan a nuestra salvación; la Ciencia, que da el conocimiento de Dios y de nosotros mismos y que los Santos poseyeron; la Piedad, que hace dulce y agradable tu servicio; el Temor reverente para con Dios y sus mandamientos y que conduce a evitar todo aquello que pueda desagradarle y ofenderle. Suplicándote, en fin, o dulce y amable Señor, que dejes impresa en nuestras almas la señal de tus verdaderos seguidores y un ardiente deseo de amarte sobre todas las cosas. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

Oración final.

Oh Dios, que has unido las naciones en la confesión de tu nombre, concédenos que los que han renacido por el agua del bautismo, tengan la misma fe en sus corazones y la misma piedad en sus acciones.

Oh Dios, que enviaste el Espíritu Santo a los apóstoles, oye las oraciones de tus fieles para que gocen de la verdadera paz, quienes por tu gracia, han recibido el don de la verdadera fe. Te suplicamos, oh Dios, que tu Santo Espíritu encienda en nuestros corazones esa llama que Cristo trajo a la tierra y deseó ardientemente fuera encendida.

Inflama, oh Señor, nuestros corazones con el fuego del Espíritu Santo, para que te sirvamos castos de cuerpo y limpios de corazón. Enriquece, Señor, nuestros corazones derramando con plenitud tu Santo Espíritu por cuya sabiduría fuimos creados y por cuya providencia somos gobernados.

Te suplicamos, oh Dios Todopoderoso y Eterno, que tu Santo Espíritu nos defienda y habite en nuestras almas, para que al fin, seamos los templos de su gloria.

Te pedimos, Señor, que según la promesa de tu Hijo, el Espíritu Santo nos lleve al conocimiento pleno de toda la verdad revelada. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Séptimo día de la Novena al Espíritu Santo

Séptimo día de la Novena al Espíritu Santo

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