CUARTO DÍA DE LA NOVENA EN HONOR A SAN PEDRO APÓSTOL

 Iniciemos el cuarto día de la novena en honor a San Pedro Apóstol diciendo, por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro, En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN:

Señor mío Jesucristo pensando en las lágrimas de profundo dolor que derramó, tu primado Apóstol San Pedro, después de su pecado, nosotros detestamos nuestros pecados por ser ofensas a tu Divina Majestad digno de todo amor. Al ver la fidelidad con que te sirvió el Apóstol después de su arrepentimiento, proponemos nunca más pecar; queremos imitar el dolor y el valor del gran Primado del Colegio Apostólico. Ayúdanos, buen Jesús mío, y que tú que estas en nuestras desilusiones y en nuestro dolor, nos disponemos para mejorar cada día, y con amor practicar esta Novena, confiando en obtener favor, viendo el remedio de nuestras necesidades. Amén.

ORACIÓN INICIAL PARA TODOS LOS DÍAS:

Oh glorioso San Pedro, Príncipe de los Apóstoles y de la Iglesia Católica: por aquella obediencia con que al primer llamado dejaste cuanto tenías en el mundo para seguir a Cristo; por aquella fe con que creíste y confesaste por Hijo de Dios a tu Maestro; por aquella humildad con que, viéndole a tus pies, rehusaste que te los lavase; por aquellas lágrimas con que amargamente lloraste tus negaciones; por aquella vigilancia con que cuidaste como pastor universal del rebaño que se te había encomendado; finalmente, por aquella imponderable fortaleza con que diste por tu Redentor la vida crucificado, te suplicamos, Apóstol glorioso, por tu actual sucesor el Vicario de Cristo el Papa Francisco. Alcánzanos que imitemos del Señor esas virtudes tuyas con la victoria de todas nuestras pasiones; y concédenos especialmente el don del arrepentimiento para que, purificados de toda culpa, gocemos de tu amable compañía en la gloria. Amén.

CONSIDERACIÓN DÍA CUARTO: HUMILDAD DE SAN PEDRO

Considérese que siendo regla infalible del Santo Evangelio que será ensalzado el que se humille, se deja entender fácilmente que San Pedro fue humildísimo entre todos los Apóstoles y Discípulos de Señor: pues sobre todos fue exaltado a la mayor y más encumbrada Dignidad que hay sobre la tierra. Manifestó el Príncipe de los Apóstoles ser humilde en el mismo tiempo de su martirio, consiguiendo de los verdugos le fijasen en la Cruz cabeza abajo, como si fuera indigno de elevar sus benditos ojos al Cielo, cuya acción atribuyen San Ambrosio y San Agustín, parte a su humildad, y parte a los ardientes deseos de padecer más por su Dios y Maestro. Todo esto solo es un índice de la profundísima humildad que reinaba en el corazón del Pastor universal del rebaño de la Católica Iglesia.

Consideremos ahora si se halla en nosotros esta marca de la santa humildad, que ella es la de todas las buenas ovejas que siguen las huellas del Divino Pastor; la soberbia es una señal evidentísima de los réprobos, y por el extremo contrario, la humildad es el carácter de los predestinados. Aunque la soberbia haya dominado en nuestras almas, no nos desconsolemos, con tal que nerviosamente procuremos trabajar, con la divina gracia, en ser humildes.

ACCIÓN DE GRACIAS Y PETICIÓN:

Gracias Señor por tu inmenso amor. Gracias por el inmenso don que nos concedes en la Iglesia, gracias porque nos has dejado a Pedro y sus sucesores y a los pastores que nos guían. En este día te pedimos especialmente por el Santo Padre y por3 nuestro obispo. Ayúdanos a nosotros también hacer un apóstol según nuestras capacidades y posibilidades. Amén.

Puedes leer: La Pastoral juvenil de Nicaragua camina a su X asamblea nacional

(En un momento de silencio pidamos al Señor por nuestras necesidades bajo la gloriosa intercesión de san Pedro).

PADRE NUESTRO, UN AVE MARÍA Y UN GLORIA:

ANTÍFONA DEL DÍA.

No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy.

(Se repite Tres veces).

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS:

Señor Jesús, que has elegido a San Pedro mientras pescaba en el lago. Él confió en Ti, Señor, y tú lo colmaste de la verdadera alegría. Lo pusiste como roca para edificar tu Iglesia, fuerte en la Caridad, y lo sostuviste con tu oración, para poder confirmarnos en la fe. Secaste sus amargas lágrimas para que su negación no se convirtiera en desesperación sino en confianza más cierta y más grande esperanza. Él pudo contemplar tu rostro transfigurado en el Tabor, y sufrir cerca de ti en Getsemaní. Bendice, Señor, nuestros sacerdotes, asiste a nuestros trabajadores, conforta a nuestros enfermos, mantiene unida nuestra parroquia, y danos una fe firme en la oración mutua, con lágrimas de amor a Ti y de arrepentimiento, para borrar nuestros pecados y alegramos de tu Palabra, luz que brilla en las tinieblas, hasta que él mismo, nuestro patrono aquí en la tierra, nos abra las puertas en el cielo. Amén.

En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén