Hoy la Iglesia recuerda la memoria de esta gran mujer Santa María Magdalena de la cual el Señor sacó siete demonios, convirtiéndose en su seguidora hasta el monte calvario, siendo merecedora de ser la primera en ver a Jesús resucitado en la mañana de Pascua y anunciadora del resucitado a los demás discípulos.
El culto a Santa María Magdalena es muy antiguo, siendo que la Iglesia siempre veneró de modo especial a los personajes evangélicos más cercanos al Señor. La fecha del 22 de julio como su fiesta ya existía antes del siglo XII.
Finalmente, es importante mencionar que el apelativo “Magdalena” significa de “Magdala”, ciudad que ha sido identificada con la actual Taricheai, al norte de Tiberiades, junto al lago de Galilea.
Al recordar a esta Santa, se puede hacer referencia a tres personajes bíblicos, que algunos indican en una sola persona: María Magdalena, María la hermana de Lázaro y Martha, como también la pecadora anónima que unge los pies de Jesús.
María Magdalena, aparece varias veces en las escenas evangélicas, ocupando el primer lugar entre las mujeres que acompañaban a Jesús, se puede constatar en los evangelios: Mateo 27, 56; Marcos 15, 47; Lucas 8,2, se le puede encontrar presente durante la pasión (Marcos 15,40) y a los pies de la Cruz con la Madre de Jesús.
María de Betania es la hermana de Martha y de Lázaro, apareciendo en el episodio de la resurrección de su hermano, derrama perfume sobre el Señor secándolos con sus cabellos (Jn 11,1; 12,3). Finalmente hay un tercer personaje que es anónima que unge los pies de Jesús en casa del Simón el Fariseo (Lc 7, 36-50).
Hasta aquí un preámbulo de estos tres personajes, que a veces tienden a confundir, pensando que es una sola persona.
En la vida de esta gran mujer, se narra lo que podrían significar los siete demonios, es decir, un grave pecado del que Jesús la habría liberado, no se puede olvidar que Lucas presenta a María Magdalena (Lc 8,1-2) como la pecadora arrepentida y perdonada.
Liturgia del día de Santa María Magdalena:
Los textos que se proclaman en su memoria (que se celebra el 22 de julio) hablan de la búsqueda del “amado de mi alma” (Cant 3, 1-4a), de la muerte y resurrección de Jesús como misterio de amor que nos llama a vivir para “aquel que murió y resucitó”. El Evangelio que se proclama es (Jn 20,1-2,11-18), el relato pascual, donde aparece como primera testigo de la Resurrección de Jesús, lo llama “Maestro”, seguidamente anuncia a todos que ha visto al Señor.
Santa María Magdalena es aquella, cuya ofrenda de amor aceptó con tanta misericordia Jesucristo, y es modelo de aquel amor que la impulsó a entregarse por siempre a Cristo. Su amor por Jesús fue un amor fiel, purificado en el sufrimiento y en el dolor, cuando lo apóstoles huyeron tras el prendimiento de Cristo, ella estuvo a su lado, madurando su amor, adulto y sólido.
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Ese amor fue un amor total, tanto así que no podía concebir una vida sin aquella presencia que daba sentido a todo su ser y a todas sus aspiraciones en esta vida.
El amor la convirtió en una servidora, entregada, alegre y generosa, porque el amor exige una entrega real, porque el amor no son palabras, sino hechos verdaderos. María Magdalena encontraba gusto y alegría en el servicio que ejercía, ese amor constituía una lección viva de lo que debe ser el amor a Dios, a Cristo, al Espíritu Santo, a la Trinidad. Debe haber un despojo del amor vacío y vivirlo más radicalmente, al fin y al cabo el amor al Creador está lleno de obras sinceras, que se demuestran con el prójimo en el diario vivir.
Padre Fernando Isaías Calero Rodríguez.
Diócesis Media.