NOVENA AL ESPÍRITU SANTO, SEGUNDO DÍA

Vamos a iniciar esta segundo día de novena al espíritu Santo diciendo,
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
OFRECIMIENTO.
(Pide por una intención especial en tu necesidad).
ORACIÓN.

Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus
dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú
le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de
vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al
esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO:

¡Oh Santo Espíritu, Espíritu Divino de luz y de amor! Yo te consagro mi inteligencia,
corazón y voluntad, para el tiempo y para la eternidad. Que mi entendimiento sea
siempre dócil a tus divinas inspiraciones y a las enseñanzas de la Santa Iglesia Católica,
de la cual eres Tú su guía infalible; que mi corazón esté siempre inflamado en el amor
de Dios y del prójimo; que mi voluntad se conforme siempre con la divina Voluntad; que
toda mi vida sea imitación plenamente fiel de la vida y virtudes de Nuestro Señor y
Salvado Jesucristo, a quien, en el Padre y contigo, Espíritu Divino, sea honor y gloria por
los siglos de los siglos. Amén.

Del santo Evangelio según San Juan (3, 3 – 6):

En verdad te digo, nade puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo, de arriba.
Nicodemo le dijo: ‘¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de la
madre para nacer de nuevo? Jesús le contestó: En verdad te digo: El que no nace del
agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne,
y lo que nace del Espíritu es espíritu. Palabra del Señor.

MEDITACIÓN DEL DÍA:

EL ESPÍRITU DE JESÚS.
El Espíritu de Jesús es espíritu de luz, verdad, piedad, amor, confianza, celo pastoral,
reverencia para con Dios y los intereses de Dios. El espíritu del mundo es de error,
incredulidad, tinieblas, ceguera, desconfianza, murmuración, irreverencia,
insensibilidad para con Dios y sus intereses.

El Espíritu de Jesús es de humildad, modestia, mortificación abnegación, constancia y
firmeza. El espíritu del mundo es de orgullo, presunción, egoísmo, ligereza e
inconstancia.


El Espíritu de Jesús es de misericordia, caridad, paciencia, dulzura y solidaridad con el
prójimo; el espíritu del mundo es de venganza, envidia, impaciencia, ira, maledicencia
y división.


Finalmente, el Espíritu de Jesús es el Espíritu de Dios, Espíritu Santo y divino, rico en
dones, virtudes y bendiciones; espíritu de paz que sólo busca los intereses de Dios y de
su gloria.


Por el contrario, el espíritu del mundo es el espíritu de Satanás, príncipe de este mundo:
espíritu terrestre, carnal y animal, de turbación, inquietud y tempestad que sólo busca
sus intereses, satisfacciones y comodidades.

Ya puedes concluir que es imposible que el espíritu y la vida del mundo puedan coexistir
con el espíritu y la vida del cristiano que son los mismos de Jesucristo. Por eso, si deseas
ser de verdad cristiano y pertenecer del todo a Jesucristo, vivir de su vida y dejarte
animar por su espíritu y guiarte por sus leyes, debes renunciar para siempre al mundo.

No pretendo decir que te encierres dentro de cuatro paredes, si Dios a ello no te llama,
sino que vivas en el mundo sin pertenecerle; que des testimonio, público, generoso y
perseverante de que no llevas una vida mundana ni te dejas conducir por el espíritu y
las leyes del mundo. Que te muestres santamente orgulloso de ser cristiano, de
pertenecer a Jesucristo y de preferir las verdades de su Evangelio a las falsedades con
que el mundo alecciona a sus seguidores.

Que tengas al menos tanto valor para alejarte de los criterios e inclinaciones del mundo
y para despreciar su vana palabrería y engañosas opiniones como él tiene de temeridad
y de impiedad para despreciar las máximas cristianas y perseguir a quienes las siguen.
Porque en ello consiste el verdadero temple y la generosidad cumplida. Lo que el
mundo considera hombría y fortaleza de espíritu es cobardía y flaqueza de corazón

En una palabra desprenderse del mundo es renunciar a él y vivir en él como sin estar
en él.

CONSIDERACIÓN DEL DÍA SEGUNDO:

Al crear Dios al hombre no se limitó solamente a revestirte de esta su sorprendente y admirable naturaleza humana, sino también le dio participación de su misma naturaleza divina, elevándola al estado sobrenatural de hijo suyo, y destinándole a los goces eternos del Cielo.

 Esta participación nos viene por la gracia de Dios. Es el Espíritu Santo quien la derrama sobre el mundo para renovar, con sus dones celestiales, la faz de la tierra.

Ni aún el pecado, con toda su malicia, pudo detener los torrentes abundantísimos de la misericordia y bondad infinita de Dios; antes bien fue Él quien dio la ocasión de su incremento. Nuestro Redentor, Cabeza de su Cuerpo Místico del que nosotros somos miembros, posee la plenitud absoluta de esta gracia.

Fue Él quien nos la mereció sobre abundantemente para que fuéramos deificados. El Espíritu Santo es la Savia Vivificante que circula por la Vid, Cristo, de la que nosotros los bautizados somos ramas. Para rendir frutos de salvación hemos de recibir continua y plenamente de esta savia vivificadora del Espíritu eterno de Dios.

¡Deseemos ardientemente el aspirar constantemente a la posesión y acrecentamiento de la vida divina de nuestras almas, pidiendo a Dios Nuestro Señor que derrame abundantemente sobre nosotros el Espíritu Santo para que alcancemos la vida eterna conforme a nuestra esperanza! (Tito 3, 6).

Antífona:

¡Espíritu Santo, forma a Jesús en mí!

Oración para Implorar los Dones del Espíritu Santo:

 Señor mío Jesucristo, que antes de ascender a los cielos, prometiste a tus apóstoles y discípulos enviar el Espíritu Santo para fijar en sus almas tu obra divina y redentora, te suplicamos: nos envíes a nosotros el mismo Santo Espíritu para que complete en las nuestras la obra de tus gracias y de tu amor.

 Desciendan copiosos a nosotros sus dones celestiales: la Sabiduría, para despreciar las cosas perecederas del mundo y sólo anhelar las eternas; el Entendimiento, que ilumine nuestras mentes con la luz de las verdades; el Consejo, que nos dé acierto en la elección de los medios más seguros para agradar a Dios y merecer el cielo; la Fortaleza, que nos ayude a soportar las cruces de la vida y a superar los obstáculos que se opongan a nuestra salvación; la Ciencia, que da el conocimiento de Dios y de nosotros mismos y que los Santos poseyeron; la Piedad, que hace dulce y agradable tu servicio; el Temor reverente para con Dios y sus mandamientos y que conduce a evitar todo aquello que pueda desagradarle y ofenderle. Suplicándote, en fin, o dulce y amable Señor, que dejes impresa en nuestras almas la señal de tus verdaderos seguidores y un ardiente deseo de amarte sobre todas las cosas. Amén.

 Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

 

Oración final:

Oh Dios, que has unido las naciones en la confesión de tu nombre, concédenos que los que han renacido por el agua del bautismo, tengan la misma fe en sus corazones y la misma piedad en sus acciones.

 Oh Dios, que enviaste el Espíritu Santo a los apóstoles, oye las oraciones de tus fieles para que gocen de la verdadera paz, quienes por tu gracia, han recibido el don de la verdadera fe. Te suplicamos, oh Dios, que tu Santo Espíritu encienda en nuestros corazones esa llama que Cristo trajo a la tierra y deseó ardientemente fuera encendida.

 Inflama, oh Señor, nuestros corazones con el fuego del Espíritu Santo, para que te sirvamos castos de cuerpo y limpios de corazón. Enriquece, Señor, nuestros corazones derramando con plenitud tu Santo Espíritu por cuya sabiduría fuimos creados y por cuya providencia somos gobernados.

Te suplicamos, oh Dios Todopoderoso y Eterno, que tu Santo Espíritu nos defienda y habite en nuestras almas, para que al fin, seamos los templos de su gloria.

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Te pedimos, Señor, que según la promesa de tu Hijo, el Espíritu Santo nos lleve al conocimiento pleno de toda la verdad revelada. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.