Novena al Espíritu Santo, tercer día

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
OFRECIMIENTO.
(Pide por una intención especial en tu necesidad).

ORACIÓN:

Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus
dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.


Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú
le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.


Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de
vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al
esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO:

¡Oh Santo Espíritu, Espíritu Divino de luz y de amor! Yo te consagro mi inteligencia,
corazón y voluntad, para el tiempo y para la eternidad. Que mi entendimiento sea
siempre dócil a tus divinas inspiraciones y a las enseñanzas de la Santa Iglesia Católica,
de la cual eres Tú su guía infalible; que mi corazón esté siempre inflamado en el amor
de Dios y del prójimo; que mi voluntad se conforme siempre con la divina Voluntad; que
toda mi vida sea imitación plenamente fiel de la vida y virtudes de Nuestro Señor y
Salvado Jesucristo, a quien, en el Padre y contigo, Espíritu Divino, sea honor y gloria por
los siglos de los siglos. Amén.

Del santo Evangelio según San Juan (16, 12 – 13):

“Tengo muchas cosas más que decirles, pero ustedes no pueden entenderlas ahora.
Pero cuando Él venga, el Espíritu de la verdad, los introducirá a la verdad total.”
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN DEL DÍA:

TENEMOS QUE DESPRENDERNOS TAMBIÉN DE LAS COSAS SANTAS Y DIVINAS.

Para lograr la abnegación perfecta y el pleno desprendimiento cristiano no basta
desprenderse del mundo y de sí mismo.

Tenemos que aspirar a desprendemos, por
decirlo así, hasta de Dios. Cuando Jesús aseguraba a sus apóstoles que les convenía que
él se separa de ellos para ir al Padre y enviarles su Espíritu Santo, lo decía porque
estaban apegados al consuelo sensible producido por su presencia y conversación
visible de su sagrada humanidad, lo cual obstaculizaba la venida de su Espíritu.


Porque es necesario estar desligado de todas las cosas, aún las más santas y divinas,
para que nos anime el espíritu de Jesús, que es el espíritu del cristianismo.


Por eso insisto en que debemos desprendemos en cierta manera hasta del mismo Dios.
Es decir, de las dulzuras y consuelos que acompañan de ordinario su gracia y su amor,
de los piadosos propósitos en busca de su gloria; de nuestros deseos de mayor
perfección y amor y aún del anhelo de abandonar la prisión de nuestro cuerpo para ver
a Dios, para tener con él unidad perfecta y amarlo con pureza y continuidad.

Porque cuando Dios nos hace experimentar las dulzuras de su bondad, en nuestros
ejercicios de piedad, debemos evitar acomodarnos en ellas. Nos humillaremos como
indignos de todo consuelo y las devolveremos a él, listos a vernos privados de ellas. Le
reafirmaremos que deseamos servirlo y amarlo no por los consuelos que da, en este
mundo o en el otro, a los que lo aman y lo sirven sino sólo por su amor y agrado.

Consideración del día tercero:

Por estar el hombre en estado de naturaleza caída debido al primer pecado, ha perdido
la claridad de la mente y la fortaleza del ánimo de que fue adorando en sus orígenes;
ambas cosas le eran indispensables para caminar por las sendas del conocimiento, del
amor y del servicio divino. Con estos preciosos dones de Dios conservería la gracia y
aseguraría la bienaventuranza del cielo.

En tan lastimoso estado no dispone la humanidad caída de las luces y fuerzas que la
ayudarían a caminar con paso seguro por los camino de salvación. El hombre se ve en
la tierra entre luchas y pasiones; entre oscuridades y errores. Abandonados a nuestras
solas fuerzas, yacemos en tinieblas; olvidamos a Dios; caemos en la ignorancia; en
guerra abierta contra su Señor, rechaza su Espíritu de verdad y queda ciego y
desorientado.

Los que aceptan y viven de las doctrinas de Cristo Jesús, aunque no son del mundo, en
el mundo han de vivir en espera de la llamada de Dios; pero entretanto han de verse
expuestos a toda clase de tentaciones y peligros, pueden ser envueltos por las sobras
de la muerte y quedar alejados por siempre de su Dios y Salvador

Si queremos ser siempre fieles a nuestro Dios, si no hemos de desviarnos de sus
caminos, es necesario que recibamos las luces e inspiraciones de su Santo Espíritu.
Estas luces y mociones serán refulgentes lámparas que ilumina nuestras vidas y guían
nuestros pasos por el sendero del bien. Pidamos al Padre Eterno que “Su Buen Espíritu”
nos guíe a través de las vicisitudes de la vida.

Antífona: ¡Divino Espíritu Santo: que te ame por lo que eres!

Oración para Implorar los Dones del Espíritu Santo:

Señor mío Jesucristo, que antes de ascender a los cielos, prometiste a tus apóstoles y
discípulos enviar el Espíritu Santo para fijar en sus almas tu obra divina y redentora, te
suplicamos: nos envíes a nosotros el mismo Santo Espíritu para que complete en las
nuestras la obra de tus gracias y de tu amor.

Desciendan copiosos a nosotros sus dones celestiales: la Sabiduría, para despreciar las
cosas perecederas del mundo y sólo anhelar las eternas; el Entendimiento, que ilumine
nuestras mentes con la luz de las verdades; el Consejo, que nos dé acierto en la elección
de los medios más seguros para agradar a Dios y merecer el cielo; la Fortaleza, que nos
ayude a soportar las cruces de la vida y a superar los obstáculos que se opongan a
nuestra salvación; la Ciencia, que da el conocimiento de Dios y de nosotros mismos y
que los Santos poseyeron; la Piedad, que hace dulce y agradable tu servicio; el Temor
reverente para con Dios y sus mandamientos y que conduce a evitar todo aquello que
pueda desagradarle y ofenderle. Suplicándote, en fin, o dulce y amable Señor, que dejes
impresa en nuestras almas la señal de tus verdaderos seguidores y un ardiente deseo
de amarte sobre todas las cosas. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

Oración final:

Oh Dios, que has unido las naciones en la confesión de tu nombre, concédenos que los
que han renacido por el agua del bautismo, tengan la misma fe en sus corazones y la
misma piedad en sus acciones.

Oh Dios, que enviaste el Espíritu Santo a los apóstoles, oye las oraciones de tus fieles
para que gocen de la verdadera paz, quienes por tu gracia, han recibido el don de la
verdadera fe. Te suplicamos, oh Dios, que tu Santo Espíritu encienda en nuestros
corazones esa llama que Cristo trajo a la tierra y deseó ardientemente fuera encendida.

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Inflama, oh Señor, nuestros corazones con el fuego del Espíritu Santo, para que te
sirvamos castos de cuerpo y limpios de corazón. Enriquece, Señor, nuestros corazones
derramando con plenitud tu Santo Espíritu por cuya sabiduría fuimos creados y por
cuya providencia somos gobernados.

Te suplicamos, oh Dios Todopoderoso y Eterno, que tu Santo Espíritu nos defienda y habite en nuestras almas, para que al fin, seamos los templos de su gloria.

Te pedimos, Señor, que según la promesa de tu Hijo, el Espíritu Santo nos lleve al conocimiento pleno de toda la verdad revelada. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.