Mirar con esperanza en Tiempos difíciles. El texto evangélico de san Mateo (Mt 13,30) de este día nos narra una parábola, con una viveza exquisita en la forma en que se mueven los protagonistas: el dueño de la finca, que siembra buena semilla de acuerdo a un estupendo proyecto; un misterioso enemigo que trabaja en los descuidos y en la noche, y cuyo rostro no podemos ver; y unos labradores enamorados del campo y de la vida, que se sienten impotentes ante el avance de la cizaña. Ellos, en quienes nos vemos reflejados, proponen una solución errónea y desproporcionada para acabar con el mal: arrancarlo de raíz, sin ser conscientes que de esa manera iban a morir muchas espigas de buen trigo, poniendo en peligro toda la cosecha.
En esta hermosa parábola se evidencia y se comprende que las decisiones y acciones de cada persona conllevan su propio futuro, su destino final. Esto debido a que en el alma se encuentra un campo donde está sembrada la bondad de Dios, pero donde también reside en la naturaleza humana ese deseo de obrar no de forma grata y agradable a Dios, por la inclinación hacia el obrar mal, a consecuencia del pecado original, es decir, la concupiscencia.
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De ahí la batalla entre la bondad y la maldad, la humildad y la soberbia, el amor y el egoísmo, la sencillez y la vanidad, la justicia y el pecado, etc., que se suscita al interior del ser humano. En otras palabras, en la sociedad como en la propia vida personal y familiar, todo está entremezclado: cualidades buenas e incoherencias, aciertos y fallos, el bien y el mal, pero al final de los tiempos vendrá la siega y serán separados los buenos de los malos. Por lo tanto, se debe ser responsable y consciente que los actos realizados en esta vida tienen eco en la Eternidad.
El trigo y la cizaña crecen en un mismo cultivo; es decir que el bien y el mal están en un mismo campo: el campo de nuestro propio corazón. Puede que en momentos de nuestra vida seamos trigo o cizaña. Lo importante es aceptarnos como somos: con nuestro trigo y nuestra cizaña; con nuestras bondades y nuestras miserias; con nuestros aciertos y nuestros fracasos. Y reconocer que todos somos limitados. Lo importantes es buscar siempre ser trigo siendo alimento para los demás.
Una lección de la parábola es la paciencia de Dios, quien da tiempo a cada persona para que recapacite y espera paciente por su conversión hasta el final, esa es la Misericordia Eterna e Infinita de Dios. Y en esa medida se debe actuar de la misma manera con los hermanos o semejantes que indignan con actitudes contrarias a la manera de pensar y ver la vida que uno tiene. Entonces, la invitación es a ser pacientes con los hermanos, brindándoles oportunidades para su cambio y esperando su pronta conversión.
El Reino de Dios trabaja en lo escondido, y tiene una fuerza invisible que no podemos imaginar. Capaz de vencer al mal y todas sus obras. Basta mirar con esperanza. Debemos orar y velar para que no sembremos con una mano trigo y con la otra cizaña. Debemos dar fruto de conversión para escuchar estas palabras del sembrador: la podaré y pondré abono para que dé más fruto.
También en estos tiempos de pandemia, crisis y tantos males sociales. Debemos reflexionar si somos capaces de confiar en Dios de mirar con esperanza en Tiempos difíciles , que sigue construyendo su Reino o somos de los que bloqueamos su proyecto de amor y no confiamos en su misericordia.
Tenemos que confiar más en Dios. Él es el único que nos ayuda en los momentos más difíciles de nuestra existencia. Cuando sentimos que nuestra vida ya no tiene raíz, cuando experimentamos que puede más el mal que el bien. Dios nos saca de ahí y nos hace florecer como verdaderas espigas buenas y sanas. Solo que como seres pensantes tenemos que ver que no nos edifica en nuestra vida y dejar solamente acciones concretas que hagan nuestra sociedad más justa, más solidaria, y más caritativa.
Redacción: Padre José Luis Díaz Cruz.
Diócesis Media.