SÉPTIMO DÍA DE LA NOVENA EN HONOR A SAN PEDRO APÓSTOL

 Iniciemos el séptimo día de la novena en honor a San Pedro Apóstol diciendo, por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro, En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN:

Señor mío Jesucristo pensando en las lágrimas de profundo dolor que derramó, tu primado Apóstol San Pedro, después de su pecado, nosotros detestamos nuestros pecados por ser ofensas a tu Divina Majestad digno de todo amor. Al ver la fidelidad con que te sirvió el Apóstol después de su arrepentimiento, proponemos nunca más pecar; queremos imitar el dolor y el valor del gran Primado del Colegio Apostólico. Ayúdanos, buen Jesús mío, y que tú que estas en nuestras desilusiones y en nuestro dolor, nos disponemos para mejorar cada día, y con amor practicar esta Novena, confiando en obtener favor, viendo el remedio de nuestras necesidades. Amén.

ORACIÓN INICIAL PARA TODOS LOS DÍAS:

Oh glorioso San Pedro, Príncipe de los Apóstoles y de la Iglesia Católica: por aquella obediencia con que al primer llamado dejaste cuanto tenías en el mundo para seguir a Cristo; por aquella fe con que creíste y confesaste por Hijo de Dios a tu Maestro; por aquella humildad con que, viéndole a tus pies, rehusaste que te los lavase; por aquellas lágrimas con que amargamente lloraste tus negaciones; por aquella vigilancia con que cuidaste como pastor universal del rebaño que se te había encomendado; finalmente, por aquella imponderable fortaleza con que diste por tu Redentor la vida crucificado, te suplicamos, Apóstol glorioso, por tu actual sucesor el Vicario de Cristo el Papa Francisco. Alcánzanos que imitemos del Señor esas virtudes tuyas con la victoria de todas nuestras pasiones; y concédenos especialmente el don del arrepentimiento para que, purificados de toda culpa, gocemos de tu amable compañía en la gloria. Amén.

CONSIDERACIÓN DÍA SÉPTIMO: SAGRADO CELO DE SAN PEDRO:

Considera que el verdadero y santo celo viene a ser un deseo ardiente de dilatar la gloria de Dios, y de mirar por la salud eterna de nuestro prójimo, oponiéndonos con fortaleza constante a cuanto sea contrario a estas dos cosas. Toda la vida del príncipe de los Apóstoles estuvo empleada en dilatar la gloria de Dios, en dar a conocer y amar al Salvador del mundo, extendiendo su reino, y haciéndole triunfar de sus enemigos en todo el mundo. La fundación de la iglesia en Antioquía: la predicación del Evangelio por el Ponto, por Galacia, por Capadocia, por Asia, por Bitinia, en Jerusalén, y en casi todo Judea: el haber plantado el estandarte de la Cruz en la misma Roma, fijando en ella su cátedra Pontifical, para que, como se explica San León, desde la ciudad que era cabeza del mundo se difundiesen con facilidad las luces del Evangelio por todas las partes del Universo. ¿Qué otra cosa era todo esto, sino un efecto del ardentísimo celo de la gloria de Dios, y exaltación del santísimo nombre de Cristo? Este ardiente celo sobresalía en su predicación: y la afluencia de la gracia, y fuerza de la verdad fue tan poderosa en San Pedro, que en el primer Sermón convirtió cerca de tres mil almas, y en el segundo cinco mil varones, como consta de los Hechos de los Apóstoles.

ACCIÓN DE GRACIAS Y PETICIÓN:

Gracias Señor por tu inmenso amor. Gracias por el inmenso don que nos concedes en la Iglesia, gracias porque nos has dejado a Pedro y sus sucesores y a los pastores que nos guían. En este día te pedimos especialmente por el Santo Padre y por3 nuestro obispo. Ayúdanos a nosotros también hacer un apóstol según nuestras capacidades y posibilidades. Amén.

Puedes leer: Monseñor Alvarez celebra solemnidad de San Juan Bautista en Muy Muy

(En un momento de silencio pidamos al Señor por nuestras necesidades bajo la gloriosa intercesión de san Pedro).

PADRE NUESTRO, UN AVE MARÍA Y UN GLORIA:

ANTÍFONA DEL DÍA:

Custodio de las llaves de las puertas del Cielo, Líbranos de todo mal.

 (Se repite Tres veces).

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS:

Señor Jesús, que has elegido a San Pedro mientras pescaba en el lago. Él confió en Ti, Señor, y tú lo colmaste de la verdadera alegría. Lo pusiste como roca para edificar tu Iglesia, fuerte en la Caridad, y lo sostuviste con tu oración, para poder confirmarnos en la fe. Secaste sus amargas lágrimas para que su negación no se convirtiera en desesperación sino en confianza más cierta y más grande esperanza. Él pudo contemplar tu rostro transfigurado en el Tabor, y sufrir cerca de ti en Getsemaní. Bendice, Señor, nuestros sacerdotes, asiste a nuestros trabajadores, conforta a nuestros enfermos, mantiene unida nuestra parroquia, y danos una fe firme en la oración mutua, con lágrimas de amor a Ti y de arrepentimiento, para borrar nuestros pecados y alegramos de tu Palabra, luz que brilla en las tinieblas, hasta que él mismo, nuestro patrono aquí en la tierra, nos abra las puertas en el cielo. Amén.

En el nombre del Padre y, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén