Ángelus. Papa Francisco “Buscadores inquietos del verdadero tesoro, el Reino de los cielos”. El Reino de los cielos es lo contrario de las cosas superfluas que ofrece el mundo, es lo contrario de una vida banal: es un tesoro que renueva la vida todos los días y la expande hacia horizontes más amplios: el Papa Francisco, a la hora del Ángelus, indicó que es Jesús quien nos llama a ser “buscadores sanamente inquietos del Reino de los Cielos”, pues para su construcción, es necesaria no sólo la gracia de Dios, sino también la disponibilidad activa del hombre.
“La construcción del Reino exige no solo la gracia de Dios, sino también la disponibilidad activa del hombre”: así el Papa Francisco, en el domingo 26 de julio, fiesta de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María, exhortó, tras el ejemplo de las parábolas en el Evangelio de este día (Mt 13, 44-52) a ser también nosotros “buscadores sanamente inquietos del Reino de los cielos”. Se trata – dijo el Papa – de abandonar la carga pesada de nuestras seguridades mundanas que nos impiden la búsqueda y la construcción del Reino: el anhelo de poseer, la sed de ganancia y poder, el pensar solo en nosotros mismos.
El Santo Padre comenzó su catequesis precisando que se detendría en las dos primeras parábolas del Evangelio del día, a saber, la del tesoro escondido y la de la perla preciosa, con las que “el Reino de los cielos es comparado con dos realidades diferentes ‘preciosas’”.
La gracia lo hace todo, pero conlleva «mi» responsabilidad
La reacción del que encuentra la perla o el tesoro – dijo – es prácticamente igual: el hombre y el mercader venden todo para comprar lo que más les importa, abandonando sus seguridades materiales.
Con estas dos similitudes, Jesús se propone involucrarnos en la construcción del Reino de los cielos, presentando una característica esencia de la vida cristiana, de la vida del Reino de los cielos: se adhieren completamente al Reino aquellos que están dispuestos a jugarse todo, (quienes) son valientes. […]La construcción del Reino de los cielos exige no solo la gracia de Dios, sino también la disponibilidad activa del hombre.
“¡Todo lo hace la gracia, todo! De nosotros tan sólo la voluntad de recibirla, no la resistencia a la gracia: la gracia lo hace todo, pero conlleva «mi» responsabilidad, «mi» disponibilidad.”
Llamados a ser buscadores “sanamente inquietos” del Reino
Los gestos del mercader y del hombre que se privan de los propios bienes para comprar “realidades más preciosas”, son “decisivos y radicales”, afirmó el Santo Padre: “son sólo de ida, y no de ida y vuelta”. Y nosotros, pues, “estamos llamados a asumir la actitud de estos dos personajes evangélicos, convirtiéndonos también nosotros en buscadores sanamente inquietos del Reino de los cielos”.
Se trata de abandonar la carga pesada de nuestras seguridades mundanas que nos impiden la búsqueda y la construcción del Reino: el anhelo de poseer, la sed de ganancia y poder, el pensar solo en nosotros mismos.
Un tesoro que renueva y expande la vida cada día
Seguidamente, el Papa Francisco observó que hoy en día, para algunos, la vida puede resultar mediocre y apagada, y explicó que esto sucede porque “probablemente no han ido a la búsqueda de un verdadero tesoro”: se han “conformado”, dijo, “con cosas atractivas pero efímeras, de destellos brillantes, pero «ilusorios» porque después dejan en la oscuridad. Y ejemplificó: la luz del Reino no es un fuego artificial, ¡es luz! Los fuegos artificiales duran sólo un instante, la luz del Reino acompaña a toda la vida.
El Reino de los cielos es lo contrario de las cosas superfluas que ofrece el mundo, es lo contrario de una vida banal: es un tesoro que renueva la vida todos los días y la expande hacia horizontes más amplios. De hecho, quien ha encontrado este tesoro tiene un corazón creativo y buscador, que no repite, sino que inventa, rastreando y recorriendo calles nuevas, que nos llevan a amar a Dios y a amar a los demás, a amarnos verdaderamente a nosotros mismos.
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El «signo» de quienes recorren el camino del Reino
Es Jesús, concluyó, “el tesoro escondido y la perla de gran valor”, quien “no puede hacer otra cosa que suscitar la alegría, toda la alegría del mundo”:
La alegría de descubrir un sentido para la propia vida, la alegría de sentirla comprometida en la aventura de la santidad.
El Santo Padre concluyó rezando a la Virgen Santa, para que “nos ayude a buscar cada día el tesoro del Reino de los cielos, para que en nuestras palabras y en nuestros gestos se manifieste el amor que Dios nos ha donado mediante Jesús”.